Etiopía: mi viaje al corazón de África

31-05-2019 Lectura 4 Minutos
Julián Donoso
Campañas y Alianzas Estratégicas

Desde el momento en que surgió la posibilidad de ir a Etiopía mis expectativas respecto a este gran país fueron enormes debido a su historia y prehistoria: cuenta con personajes tan ilustres como la Reina de Saba, Lucy -el primer homínido conocido, el “Ras” Tafari -patriarca de los rastas-, o el Arca de la Alianza ( sí, la de Indiana Jones).

Mi misión consistía en formar a los nuevos equipos de Ayuda en Acción en la zona de Wolaita, situada al sur de Etiopía, sobre el Vínculo Solidario, el modelo de apadrinamiento de Ayuda en Acción: explicar en qué consiste y cómo fomentar los puentes de amistad y solidaridad entre la comunidad, representada por los niños, y los padrinos y madrinas españoles. Me sentía un privilegiado porque estaría trabajando directamente en las comunidades etíopes a las que ayudamos en su desarrollo desde hace 21 años. Al poco de salir de Adís Abeba, la capital de Etiopía, por la carretera se cruzaban de forma imprevisible cabras, burros, cebús, bueyes y también niños. La primera gran lección que aprendimos fue que las reglas de circulación eran entendidas y aplicadas solamente por los conductores etíopes y alguna misionera occidental, que circulaban sin mayor preocupación a pesar del caos aparente. También me llamó mucho la atención la gran cantidad de personas andando junto a la carretera. Millones de personas se hacinan en esos territorios, lo que conlleva serios problemas de falta de tierras, seguridad alimentaria y pobreza.

El primer día fuimos a la aldea de Shuye Humba, donde acudimos para participar en unos talleres sobre lo que significa el Vínculo Solidario. Las humildes casitas de adobe de planta circular y tejado de paja se distribuían de forma discreta en una explanada amplia, poblada de árboles, que dejaban una zona común central, lugar de encuentro de los residentes del poblado. Allí nos esperaba la comunidad reunida.

Infancia

Los niños bailaban al ritmo de tambor y cantaban canciones que les advertía de la necesidad de lavarse las manos después de ir al baño. Jugaron a multitud de juegos mientras se formaba a los adultos sobre tratamiento de aguas sanitarias. El cariño de la comunidad fue superlativo. Lo poco que tenían lo compartieron con nosotros de forma incondicional. Los niños nos rodeaban para que hiciéramos fotos o grabáramos vídeos que después veían en la pantalla de la cámara con curiosidad. Nos invitaban a participar de sus juegos, que para mi sorpresa se parecían mucho a los que yo jugaba de niño. La alegría era el común denominador de los niños y niñas de la aldea, que disfrutaban de su infancia en libertad, rodeados de animales y en un entorno de apariencia amable. Pero las tripas hinchadas por malnutrición revelaban una circunstancia de vulnerabilidad mucho menos idílica que a esos niños les había tocado vivir. De hecho, en la actualidad más de 300.000 niños y niñas en Etiopía sufren desnutrición aguda y necesitan ayuda humanitaria de forma urgente y 2 millones material escolar para poder afrontar este curso.

Fuimos en época de lluvias. Todo el paisaje era verde, pero un verde engañoso que escondía una severa realidad: las cuencas de los ríos estaban secas cuando se suponía que debían estar llenándose. En la semana que estuvimos apenas llovió unas horas. ¿Cómo será cuando llegue la época seca en unos meses? De alguna manera puedo vislumbrar qué pasará y me invade una enorme sensación de urgencia.

El segundo día de visita a las aldeas tuvimos la gran fortuna de asistir a la inauguración de un pozo de agua. La gente celebraba feliz la construcción de uno de los primeros proyectos que se materializan en esta zona donde acabamos de empezar a trabajar. El pozo significa una mejora notable en calidad de vida de la gente porque ya no tienen que desplazarse varios kilómetros para recoger agua, y por otro lado el agua es mucho más limpia que la que baja por el río, turbia de sedimentos.

El resto de la semana de visita a las comunidades nos dimos cuenta de que esto no ha hecho más que empezar. Muchos y grandes son los retos a los que los etíopes deben hacer frente: poca cantidad de tierra agrícola, una baja producción, inseguridad alimentaria y la sequía que se agravan por la alta densidad de la población. Pero también es mucho el entusiasmo y las ganas de salir adelante de la gente. Las oportunidades que ahora empiezan a tener sin duda les permitirán labrarse un futuro mejor.

 Mis expectativas sobre Etiopía se vieron superadas con creces gracias al cariño y la amistad de la gente que encontré. Niños alegres y comunidades generosas siempre nos recibieron con los brazos abiertos. En mi tarea de tender puentes de amistad y solidaridad, además encontré a personas de una cultura enorme y una gran capacidad de trabajo. Las perspectivas son desde luego ilusionantes.